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Si la cosa funciona... ¿para qué cambiar?


Dejo de lado algunos de los comentarios de mi estancia es Sitges y vuelvo a escribir sobre algunas de las últimas películas que he podido ver en el cine. Viendo la última película de Woody Allen, es innegable que nos viene a la memoria su personaje, pero su personaje de los años 80 o 90. Si la cosa funciona es una vuelta a los orígenes, a la hipocondria, a los chistes ágiles, a las situaciones delirantes y rocambolescas, a la comedia o a la mezquinidad. Conceptos, algunos de ellos, difícil de aunar con inteligencia. Pero si hay una cosa que no se le puede negar a Allen, es precisamente esa, la inteligencia. Después de dos obras que a un servidor le dejaron un ingrato recuerdo, el realizador newyorkino ha optado por una vuelta a un guión que empezó a escribir en los 80 y, que supone una vuelta a su cine, dejando atrás el insulso paso por el drama (me refiero al del Sueño de Casandra, no a la grandiosa Match Point) y por esa comedia postalística que pocos le atribuiríamos a Allen.

Trailer Si la cosa Funciona

El personaje de Larry David en Si la cosa funciona es claramente un alter ego del Allen actor. Cuando vemos y escuchamos a ese personaje hipocondriaco, cuando intentamos entender su relación con el mundo y con las mujeres o cuando queremos saber qué es lo que le perturba tanto para intentar suicidarse dos veces, estamos imaginando al personaje de Allen. Desde el inicio de la película, ver a Boris Yellnikoff mirando fíjamente durante más de tres minutos y hablando con los espectadores, me hacía tener buenas vibraciones. Quién no recuerda el inicio de Annie Hall, las confesiones de Maridos y Mujeres u otros títulos en los que los personajes entablaban diálogos con el espectador. Después de películas más clásicas, como las últimas - a excepción de Scoop-, el director estadounidense vuelve a esa ruptura de las leyes del cine tradicional, para decirnos desde un momento que vamos a observar otra reflexión del azar, vista desde los extremos de la historia. Yellnikoff intentará suicidarse pero un toldo le salvará, aunque le dejará cojo, se casará con una joven que va a pedirle a casa, pero se irá con otro y, el protagonista se casará al enamorarse de una mujer que le salva accidentalmente la vida. De nuevo, el azar está vertebrando todo el relato, como en tantas películas que ha dirigido este realizador. En este cúmulo de breves, intensas y extremas circunstancias que se suceden en el film, el realizador rompe los extremismos de todos los personajes (un hombre que odia a la humanidad, acaba teniendo un montón de amigos, una chica ingenua acaba hablando constantemente de física cuántica, sus religiosos padres abandonan la religión y se dedican a hacer tríos y congeniar con homosexuales...) y reflexiona sobre la fugacidad de la vida. Este es uno de los puntos fuertes del film, ya que es difícil reflexionar sobre el paso del tiempo sin caer en sentimentalismos. Woody Allen hace del extremismo, una virtud y de la vuelta a sus orígenes, una necesidad. En definitiva, Si la cosa funciona... ¿para qué cambiar?

3 comentarios:

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