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Mapa de los sonidos de Tokio: las buenas intenciones se pierden por el mapa


Mapa de los sonidos de Tokio es la última película de Isabel Coixet. En ella ahonda, de nuevo, en las complejas relaciones amorosas entre dos personajes atormentados. En esta ocasión, la realizadora catalana opta por recrudecer las relaciones sexuales de los enamorados, mientras la vida de ambos transcurre sin que se lleguen a conocer. Es decir, su más absoluta intimidad simboliza la desnudez que cubre sus vidas, ya que él (Sergi López) está solo al perder a su novia y ella (Rinko Kikuchi) se dedica a asesinar a cambio de dinero. El mapa que nos dibuja nuestra directora más internacional, tiene como centro ese nido de amor y, sus ramificaciones son estratos sociales tan distintos como una empresa internacional de primer nivel, un mercado de pescado, una tienda de vinos, un restaurante con mujeres desnudas en las que se apoya la comida o una casa vacía de elementos y comida, en la que apenas se encuentran unas bolas de fresa.

La fotografía de la película es buena, pero me esperaba una cosa totalmente distinta antes de ver la película, después de leer alguna entrevista y algún artículo. Una vez visto el film, me da la sensación de que Coixet tiene muy en mente el referente de Lost in Translation, para hacer algo distinto. Si recordamos la película de Sofia Coppola, una pareja que sufre por amor, acaba por llegar al extremismo de no poder consumar aquello que desean, todo bajo una imagen de Tokyo espectacular. Mapa de los sonidos... nos propone una pareja en la que surge el deseo y lo llevan al extremo de la consumación, mientras que las imágenes que vemos de la ciudad son barriobajeras. Creo que la realizadora catalana tiene en mente el referente para evitarlo y que no la tachen de hacer algo similar a la película de la americana.



Entrevista a Isabel Coixet

Por otro lado, la figura del ingeniero de sonidos trata de reflejar la gran incomunicación de la actriz de Babel. No le comenta nada, pero él lo sabe todo por los sonidos de Tokio. Esta figura acaba convirtiéndose en un narrador que no nos aporta nada, ya que si eludiéramos su voz enunciadora y dejáramos que los personajes nos contaran la historia, el resultado sería similar. Puede resaltar los sonidos, ver la diversidad, intentar registrar el minimalismo en una ciudad extremadamente ruidoso, destacar la incomunicación, pero no funciona.

Al final,una serie de sucesos superarán a los personajes y, tal vez el espectador, sin que lleguen a entender la situación. Ese desconocimiento de él sobre ella, convierte el final en previsible y excesivamente forzado. Por esto, no acaba de funcionar y nos deja la sensación de que la historia parte de situaciones interesantes, tiene momentos emotivos que mantienen la atención del espectador, pero a la película le falta algo para acabar de llegar al mismo.

Si la cosa funciona... ¿para qué cambiar?


Dejo de lado algunos de los comentarios de mi estancia es Sitges y vuelvo a escribir sobre algunas de las últimas películas que he podido ver en el cine. Viendo la última película de Woody Allen, es innegable que nos viene a la memoria su personaje, pero su personaje de los años 80 o 90. Si la cosa funciona es una vuelta a los orígenes, a la hipocondria, a los chistes ágiles, a las situaciones delirantes y rocambolescas, a la comedia o a la mezquinidad. Conceptos, algunos de ellos, difícil de aunar con inteligencia. Pero si hay una cosa que no se le puede negar a Allen, es precisamente esa, la inteligencia. Después de dos obras que a un servidor le dejaron un ingrato recuerdo, el realizador newyorkino ha optado por una vuelta a un guión que empezó a escribir en los 80 y, que supone una vuelta a su cine, dejando atrás el insulso paso por el drama (me refiero al del Sueño de Casandra, no a la grandiosa Match Point) y por esa comedia postalística que pocos le atribuiríamos a Allen.

Trailer Si la cosa Funciona

El personaje de Larry David en Si la cosa funciona es claramente un alter ego del Allen actor. Cuando vemos y escuchamos a ese personaje hipocondriaco, cuando intentamos entender su relación con el mundo y con las mujeres o cuando queremos saber qué es lo que le perturba tanto para intentar suicidarse dos veces, estamos imaginando al personaje de Allen. Desde el inicio de la película, ver a Boris Yellnikoff mirando fíjamente durante más de tres minutos y hablando con los espectadores, me hacía tener buenas vibraciones. Quién no recuerda el inicio de Annie Hall, las confesiones de Maridos y Mujeres u otros títulos en los que los personajes entablaban diálogos con el espectador. Después de películas más clásicas, como las últimas - a excepción de Scoop-, el director estadounidense vuelve a esa ruptura de las leyes del cine tradicional, para decirnos desde un momento que vamos a observar otra reflexión del azar, vista desde los extremos de la historia. Yellnikoff intentará suicidarse pero un toldo le salvará, aunque le dejará cojo, se casará con una joven que va a pedirle a casa, pero se irá con otro y, el protagonista se casará al enamorarse de una mujer que le salva accidentalmente la vida. De nuevo, el azar está vertebrando todo el relato, como en tantas películas que ha dirigido este realizador. En este cúmulo de breves, intensas y extremas circunstancias que se suceden en el film, el realizador rompe los extremismos de todos los personajes (un hombre que odia a la humanidad, acaba teniendo un montón de amigos, una chica ingenua acaba hablando constantemente de física cuántica, sus religiosos padres abandonan la religión y se dedican a hacer tríos y congeniar con homosexuales...) y reflexiona sobre la fugacidad de la vida. Este es uno de los puntos fuertes del film, ya que es difícil reflexionar sobre el paso del tiempo sin caer en sentimentalismos. Woody Allen hace del extremismo, una virtud y de la vuelta a sus orígenes, una necesidad. En definitiva, Si la cosa funciona... ¿para qué cambiar?

Cold Souls: La imperfecta separación del cuerpo y el alma


Paul Giamatti se interpreta a sí mismo en esta película de Sophie Barthes. Giamatti es un actor que se adentra tanto en sus personajes, que en ocasiones no sabe separar su profesión de su vida. Cuando lee un artículo en una revista sobre el alma, decide ir a un centro de donación de almas. Allí es convencido para que se extraiga el alma, para poder seguir con su profesión. A partir de aquí, el actor se dará cuenta de que su vida ha cambiado para mal y de que debe ir en busca del alma perdida.


Barthes reflexiona en Cold Souls sobre la necesidad que tiene el ser humano de conformarse con lo que es y lo que tiene. El hecho de que el actor venda su alma, no es más que una muestra de la insatisfacción que Giamatti tiene con la mala situación de su profesión. Para conseguir una satisfacción plena, cae en la tentación de modificar su personalidad y se extrae el alma. Cuando ve su alma, no entiende como puede ser tan pequeña como un garbanzo. Es decir, ese atributo minúsculo de la personalidad de un ser humano es necesario aceptarlo y no intentar modificarlo. Es lo que se extrae cuando vemos cómo cambia la personalidad del protagonista. Ya no es el mismo, basa sus actuaciones ens instintos primarios y no tiene más remedio que buscar alternativas para poder ser feliz. A partir de aquí, la directora nos muestra esos instintos primarios, pero sólo en tres escenitas, que no acaban de definir correctamente que diferencia hay entre un hombre sin alma, uno con una alma de un poeta, una mujer con muchas almas o el actor con su alma real. Este error de planteamiento, hace que la película caiga en una histriónica búsqueda del alma del actor, por el mercado negro de tráfico de "personalidades".

Trailer Cold Souls
La película está basada en el libro El hombre moderno a la búsqueda de su alma, de Carl Gustav. En el film hay una referencia clara a la obra de Chejóv, Tío Vania, aunque no se acaba de ver una clara relación entre la obra y la historia que se nos cuenta. Sí que hay alguna escena en la que juega con el desalmado Giamatti y su histrionismo, pero que funcionan más como comedia absurda que como referencias importantes en el film. En el reparto, tenemos a un buen Giamatti, a una pasable Dina Korzun y a Emily Watson, totalmente desaprovechada, ya que apenas aparece en unas tres escenas de la película. En definitiva, Barthes se queda corta en la definición y profundización del concepto de alma, que debería haber sido la clave de la película.

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"Este blog se construye con la idea de analizar los films premiados en los principales festivales del mundo"

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